sábado, 3 de mayo de 2008

El baúl de los recuerdos

Estos días me he puesto a hurgar entre mis recuerdos. Trato de no acumular cosas, cosillas y cosazas, pero cuesta tanto!
Este blog, será ese baúl.


Mi adolescencia


En parte igual a todas y en parte igual a ninguna.

A los trece tuve la gran suerte (tras el examen de inglés que saqué 95 sobre 100 - 2 errores! y todavía los recuerdo!) de entrar en el Mariano Acosta. La Escuela Normal Nº2.
Cuando escucho a amigos hablando de lo chunga que fue su vida en el instituto, los profesores pasotas y los compañeros idiotas, pongo cara de extrañada porque no viví nada de eso (bueno, algún compañero idiota puede ser...).
El Mariano Acosta fue una especie de club para mí. Pasaba todo el día en él, entrara o no a clase. Los profesores (muchos ex-alumnos de la institución), amaban sus paredes tanto como he llegado a hacerlo en el período escolar. Era lo que podría llamarse una escuela "progre":pintadas y carteles, un centro de estudiantes movilizando mentes, un periódico propio "El Pupo"(el ombligo en versión tierno pueril), orquesta, taller de teatro, sala de música y pintura, fiestas rockeras los fines de semana (del Acosta in Concert salieron algunas bandas ahora conocidillas), misiones a un par de escuelas apadrinadas, etc.
Hasta cuarto año fuí lo que se suele llamar "traga" (ni sables, ni fuego, sino libros). Tenía un promedio altísimo y me horrorizaba cada vez que sacaba una nota más baja de 8.
Pero el gran cambio estaba a punto de llegar: El taller de teatro.

En el 95, la cooperadora (AMPA) del Acosta, dispuso los recursos para llevar a cabo un taller de teatro, dos días por semana de 18 a 21hs. De repente, la sala de actos se convirtió en un pequeño teatro, con sus luces, su telón y su sonido. 
Acudimos en bandadas y la magia comenzó. De la mano de Horacio Ladrón de Guevara montamos varias obras de teatro, de un nivel casi profesional. Se realizaban cásting para los papeles, se diseñaba el vestuario y hasta había material de difusión.
Aquel año fue el llamado "Año Cortaziano".
El maravilloso (y es absolutamente subjetivo) escritor Julio Cortázar, muchos años antes había estudiado en nuestra escuela (de hecho hay un cuento "la escuela de noche" que habla del Acosta), y los que estudiamos allí absorbimos, como por ósmosis, su encanto. Los profesores de literatura se deleitaban enseñándonos sus textos surrealistas.
Horacio, transportó esa magia al teatro. Después de una adaptación del impostor inverosímil Tom Castro y una obra feminista llamada "A Eva le sienta bien la esquizofrenia" donde servidora interpretaba a una japonesa engañada con ofertas de trabajos maravillosos, llegaba al país y terminaba trabajando en un puestito en la ruta (chiringuito en la carretera); representamos el capítulo 33 de Rayuela (Susana y yo éramos la Maga), "aplastamiento de gotas" y "Cuento sin Moraleja". esta última obra contaba con la participación de los integrantes del taller infantil de teatro (y allí estaba Renzo, con 8 añitos, el hijo de mi actual socia y amiga Mabel).
Mi idilio con Cortázar nació en mi adolescencia y, de la misma forma que hace casi 15 años, me produce un gran placer leerlo y releerlo.
El grupo de la obra "A Eva le sienta bien la esquizofrenia" nos llamábamos "Las hijas de Don Acosta". Con 15 y 16 años hacíamos una escena final en la cual nos quitábamos nuestros personajes, quedábamos en ropa interior (para escándalo de algún padre) y luego nos poníamos un vestido de fiesta. Al finalizar decíamos la siguiente frase "Devolveme la manzana, tomá tu costilla y San se acabó", tras la cual y para sorpresa de muchos (entre los que me incluyo) mi tieta se puso de pie y aplaudió. Dos frases más tarde, acababa la obra. Pero estaba claro que esa frase, era un buen final.


Si clickáis sobre la foto, podréis ver el programa completo y el texto de T. H. Lawrence.

Continuará...

Un cuento cortito

Qué tristeza más profunda, la de aquel pobre Adán, que cada mañana se levantaba muy temprano y se contaba las costillas; y las tenía todas, todas...!!